Javier SierraMás de 15.000 kilómetros recorridos en un mes. Casi cuarenta y cuatro horas dentro de aviones, en las nubes. Diez ciudades. Una treintena de entrevistas para radio y televisión, y doce conferencias públicas en tres semanas son algunas de las cifras de la espectacular agenda a la que Javier Sierra se enfrentó para promocionar su bestseller internacional La cena secreta en los Estados Unidos. Todo empezó el 24 de marzo de 2006, y se extendió hasta el 17 de abril de ese año, cuando dejó Miami para volar a Toronto (Canadá), país en el que The Secret Supper llegó a encabezar las listas de los libros más vendidos.

Este es el diario de su ruta americana, redactado en mayo de 2006 en Ámsterdam, después de que su obra fuera una de las más aclamadas en la Feria del Libro de Madrid y permaneciera durante ocho semanas consecutivas en la lista de los libros más vendidos de The New York Times, logrando un hito sin precedentes para la literatura ibérica.

 

Coincidencias increíbles

HannoverMi visita a los Estados Unidos comenzó en la ciudad alemana Hannover. Sé que es extraño, pero así ocurrió. Por un capricho editorial, el sello Der Club quiso que presentara Das Geheime Avendmahl (La cena secreta, claro) en una convención especial ante trescientos libreros de todo el país.

Llegué a la capital de la Baja Sajonia desde Montségur, el último bastión cátaro del Sur de Francia, e inspirado por sus aires límpidos y su dramática historia, les enseñé cómo debían mirar el célebre mural de Leonardo. Por suerte, Eva, mi mujer, a quien está dedicada La cena secreta, se las arregló para poder acompañarme. Sin su ayuda, completar el mes de viajes que tenía por delante, entrevistas y conferencias por Estados Unidos hubiera sido un verdadero infierno.

En aquella reunión, justo antes de volar a Nueva York, alenté a “mis” libreros a encontrar el autorretrato del genio en una esquina del Cenacolo, e incluso a deducir el sentido de la ausencia de eucaristía y de Grial en esa mesa. La búsqueda les hechizó. Aquella fría tarde de marzo descubrí que para triunfar en Alemania, en Estados Unidos o dónde fuera, no debía explicar jamás el secreto del mural leonardesco, ¡debía compartir mi búsqueda de su sentido oculto!

Con sus aplausos aún resonando en mis tímpanos, embargado por su entusiasmo y la placa que me entregaron por las 300.000 copias vendidas allí en sólo dos meses, me embarqué rumbo a América.

Nueva YorkEn la ciudad de los rascacielos me esperaba una sorpresa: la prensa estaba conmocionada por el anuncio de National Geographic de la inminente publicación de un evangelio perdido de Judas, que redimía al discípulo “oscuro” de Cristo de su abominable traición. Una emoción familiar me encogió el estómago. ¿No había sugerido hacía cinco siglos el propio Leonardo que Judas no fue el apóstol ingrato a Jesús? ¿No era ése, precisamente, uno de los ejes de mi propia novela? ¿Debía aceptar aquella noticia como una mera coincidencia, o tal vez –como prefiero- como un guiño de la providencia de que me encontraba en el camino correcto?

Johanna Castillo, mi editora neoyorquina, me despierta esa mañana con varios datos estremecedores: The Secret Supper ha vendido 7.000 ejemplares en sus dos primeros días, y ha entrado en el ranking de Amazon en el lugar 184. La cadena de librerías Borders me ha bautizado como “un hombre del Renacimiento” en su boletín electrónico. “Y prepárate”, me dice. “Esto no ha hecho más que empezar. ¿Sigues meditando?”.

Lo de la meditación era un viejo juego entre nosotros: desde el día en que compró los derechos en inglés de mi libro, Johanna me pidió que lo visualizara en la lista de bestsellers del New York Times. “Medita con fuerza. Lo conseguiremos”.
¿Lo haríamos?

 

En todas partes

Javier Sierra en Good Morning America¡Qué día tan extraño!
Después de un fin de semana tranquilo, que Eva y yo empleamos para aclimatarnos al nuevo horario y para recorrer, con el corazón en un puño, las librerías de Nueva York inundadas de Cenas secretas, me levanto consciente de que hoy empieza todo.

Desayuno en el mejor breakfast buffet de toda la ciudad. El hotel Le Parker Meridien, a pocos pasos de Central Park, es un descubrimiento. En sus mesas empiezan el día hombres de negocios y celebridades de la tele y el teatro. Es el escenario perfecto para un capítulo de Sexo en Nueva York. Moderno, luminoso y lleno de beautiful people. ¿Habrán rodado alguno aquí?

Mi mente divaga buscando relajarse. En unos minutos, a las 7,30 de la mañana en punto, una limusina me recogerá para llevarme a los estudios de Good Morning America. Necesito calma. El último español que se detuvo ante las cámaras de la ABC fue el ex presidente del Gobierno José María Aznar. Y le dedicaron dos minutos. Abro distraído el USA Today, y a punto estoy de atragantarme con el muffin de chocolate: Una foto mía a tres columnas ilustra una noticia que dice que “el fenómeno Da Vinci no muestra signos de congelación”. ¡Hoy debe ser mi día!

Los estudios de ABC impresionan. El show matinal lleva ya un rato en antena cuando llego a Times Square. El público, como cada día, contempla absorto desde la calle lo que ocurre dentro del plató del programa más famoso de los Estados Unidos. Nunca había visto un plató que pudiera husmearse libremente a través de un escaparate. ¡Todo aquí es un gran espectáculo! Tras maquillarme y respirar hondo, Charlie Gibson me recibe entre bambalinas. “Hace algún tiempo entrevisté a Dan Brown”, me dice. “Lo sé. Vi su entrevista en internet”. “Excelente”, sonríe. “Hoy haremos algo grande con usted”.

Lleno de ánimo, me enfrento a una entrevista que se extiende por cinco minutos. “Los famosos cinco minutos de gloria que da este país”, pienso. Charlie y yo repasamos a buen ritmo los puntos clave de La Última Cena. Le fascina que haya utilizado un software de reconocimiento facial para comparar la cara de Leonardo con la del Judas Tadeo en el mural vinciano, y que el ordenador haya descubierto un 86,8 % de coincidencias entre ambos rostros. “Es como usar las técnicas de CSI para adentrarse en la Historia”, me dice al acabar la entrevista. Asiento. Es un excelente resumen de mi trabajo.

Al salir de la ABC, una llamada de Johanna –mi ángel de la guarda durante todo este viaje- me saca de mi embriaguez televisiva: “¡El libro está el número 4 en el ranking de Amazon! ¡Y subiendo!”. Y ordena: “¡No dejes de meditar!”

 

Javier Sierra en Nueva YorkGood Morning America dio resultados enseguida. Pero tan importante como el programa, fue la determinación de Borders para hacer llegar mi libro a todos sus clientes. La mañana de hoy ha estado dedicada a firmar ejemplares en varios establecimientos importantes de la City, y todos los Borders muestran pilas de The Secret Supper a la entrada. Todavía me cuesta creerlo: ¡Montañas de libros! ¡Pirámides! Compro un ejemplar en el Borders de Wall Street, y sonrío a la dependiente mientras le digo: “Lo he escrito yo, ¿sabe?”. Ella ni se inmuta. Levanta levemente la vista de la caja registradora y dice: “Muy bien, señor. Son 25,95 dólares”.
¿Me habrá entendido?

Curiosamente, el evento del día es en la otra gran cadena de librerías de la ciudad: Barnes&Noble. En su vetusta tienda de Chelsea, en la 6ª Avenida con la calle 22, tengo mi primera presentación pública del libro. Intento conectar mi ordenador a un viejo televisor, pero no hay forma. Me temo que no voy a poder proyectar la presentación en PowerPoint que he preparado para desvelar los secretos de La Última Cena. Era la misma presentación que triunfó en Hannover. Pero aquí no serviría.

Entre el público, están casi todos los que han vivido de cerca esta aventura: Johanna Castillo, Tom Colchie –mi agente en EE.UU., y el de Ruiz Zafón y Laura Esquivel-, Melissa Quiñones –mi publicista-, y hasta David Zurdo y Ángel Gutiérrez, dos buenos amigos y escritores españoles que no quisieron perderse este evento. Al repasar sus caras, me emociono. Todos han creído en mi obra. Todos. ¿Qué puedo decirles?

Mi sensibilidad obedece a algo ocurrido horas antes en el cuartel general de Simon&Schuster, mi editorial americana. En un salón de reuniones de la planta 17, en una de las torres del Rockefeller Center, la plantilla al completo había estado haciendo cola para que le firmara su copia de The Secret Supper. “Nunca he visto algo así”, me susurra Carolyn Reidy, presidenta de la editorial, al darme su abrazo de bienvenida. “A estas cosas normalmente vienen una decena de empleados. ¡Todos creen que vas a ser un gran bestseller!”.
Todos creen. Esa fe –a estas alturas estoy seguro de ello- es lo que ha obrado el milagro de La cena secreta.

 

Soy un Bestseller

WashingtonHoy llego a Washington. Lo hago en tren –será el único trayecto sobre raíles de todo el tour-, y una corriente de tranquilidad me invade al ver el gran monumento a Colón que me espera a la salida de la estación. “Tú abriste el camino”, pienso nada más ver al Almirante de la Mar Océana. Mi guía en D.C. –escort lo llaman allí- es un entusiasta de todo lo que huela a Europa. Debo parecerle exótico, así que Greg Justice nos enseña a Eva y a mí muchas cosas camino de mi primera entrevista en la capital. Una estatua de Einstein en el campus de la Academia de Ciencias que devuelve tu voz cuando la hablas, una pierna de más en el famoso monumento de los soldados levantando la bandera americana en Iwo Jima… Todo es grande y majestuoso.

“Habéis llegado justo a tiempo”, murmura Grez. “Ayer estrenamos los cerezos en flor”. Tenía razón. Toda la zona centro de Washington, entre el Capitolio y el Lincoln Memorial, estaba iluminado por los colores de los cherry blossoms. “Cada año miles de americanos peregrinan en estas fechas hasta aquí sólo para verlos”, dice. Es, si  duda, otra buena señal.

Tras un par de entrevistas para Voice of America y el show de Bill Thompson Eye on Books, recibo una llamada que jamás olvidaré.

Mi teléfono sonó a las 17,25. Era una llamada a coro entre Melissa Quiñones, Johanna Castillo y Judith Curr, la maravillosa editora de Atria Books que decidió publicar The Secret Supper en Estados Unidos, dando luz verde a las gestiones de Johanna Castillo. “Javier”, dice Judith muy seria, “tenemos que darte una noticia”. Trago saliva. No sé bien qué ha podido suceder. “Acaba de llegarnos la lista de bestsellers que The New York Times publicará el 9 de abril… -prosigue-. ¡Y has entrado en el número 8! ¡Felicidades!”
“Entonces”, balbuceo, “la meditación ha funcionado…”. “¡Tú sigue meditando!”, ordena Johanna implacable. “Claro”, sonrío.

Aquella tarde no supe valorar la información de Judith en toda su dimensión. No sabía –y tardaría un mes en hacerlo- que yo era el primer español que entraba en la lista de bestsellers más prestigiosa del mundo. Creía que Vicente Blasco Ibáñez o Pérez-Reverte habían entrado antes. Pero no. Después, desde la propia redacción del New York Times me dirían que su lista se creo en 1942, y que en sus sesenta y cuatro años de historia jamás había tenido un libro español en su “Top Ten”. Era un hito.
Yo lo será siempre.

 

El país de las listas

Javier SierraTom Colchie me llama temprano al Hotel Fairmont de Boston, donde encaro la tercera ciudad de mi gira. Aún bullen en mi memoria, y en mi cuaderno de campo, los días excitantes de Washington. He visitado logias masónicas y salas con secretos egipcios, me he tomado fotos frente a una colosal estatua de George Washington ataviado de Gran Maestre, y hasta he podido pasear entre algunos de sus edificios más enigmáticos. Pero ahora el escenario ha vuelto a cambiar: Boston parece una ciudad centroeuropea. Sin grandes rascacielos ni templos “griegos”, pero con un centro urbano de casas de ladrillo e iglesias de estilo gótico.

“Te llamo para decirte que The Secret Supper está en las listas”, me dice. “¿En la del New York Times? Ya lo sabía, Tom…”. “No. No en esa”, me ataja. “En todas las listas”. Colchie hace cábalas con los números y dicta una información abrumadora: Nº 8 en The New York Times, Nº 8 en USA Today, Nº 5 en la revista profesional Publishers Weekly, y Nº 3 en The Wall Street Journal. “Por cierto”, añade, “si sumas el nº 5 y el nº 3, tendrás otro ocho. Tu número”.

Lo que dice Tom a continuación me sobrecoge. Me explica que el año pasado se publicaron en Estados Unidos 180.000 libros, de los cuales apenas 300 fueron traducciones de otros idiomas. Ninguno de ellos llegó a las listas. “¿Por qué el mío?”. “La clave está en que muchos de los libros editados al calor del Código da Vinci no dicen nada”, reflexiona. “El tuyo, además de la novedad, recoge una genuina búsqueda espiritual, un deseo de iluminación”. “Deberías ser crítico literario”, replico. Tom no dice nada.

Ginny Bride, mi escort en Boston, me conduce por un rosario interminable de librerías, para que deje ejemplares firmados de mi obra para los coleccionistas. “Aquí los hay a montones”. La locura desemboca finalmente en la entrevista más genial de toda la gira: es para el show de “Smoky Bacon”. “Panceta ahumada” es el sobrenombre de una veterana presentadora de televisión, de grandes gafas y nervios a flor de piel, que conduce desde hace décadas un programa de libros en Boston. Siempre lo graba en el Hotel Park Plaza, el más glamouroso de la ciudad, en el restaurante El café del cisne. Rodeados por camareros, ruidos de cubiertos y música ambiente, su marido recoge en una cámara digital las impresiones de cuatro autores dispares. Entre ellos, yo. Durante mi intervención, una bandeja llena de platos se estampa contra el enlosado. No importa. Tampoco cuenta que la cámara se quede sin batería. Se cambia la pila, y se sigue allá donde se quedó la frase. Impresionado, pregunto a “Pancenta ahumada” si eso es lo normal. “Oh, sí, querido. Cuando tuvimos a Dan Brown aún fue peor”.

 

Piensa en futuro

Javier Sierra en MinneapolisBoston, por desgracia, quedó atrás enseguida. Aún tuvimos tiempo de visitar Salem, la ciudad de las brujas, y de experimentar una enorme decepción. Allí no queda nada de la tragedia que desembocó en un terrible juicio por hechicería en 1692. Por suerte, en Boston, la tumba de la familia de Benjamín Franklin, en el cementerio Paul Revere de la calle Tremont, me congració otra vez con el misterio. Su valla de estilo egipcio y su obelisco central con el apellido familiar grabado sobre él eran el escenario perfecto para una novela. Otra. Pero no había tiempo.

En Chicago, siguiente parada, apenas estuve veinticuatro horas. Madrugamos mucho y la disfrutamos poco. Fue otra verdadera lástima. Apenas respiré en la única ciudad del mundo que tiene un parque dedicado al “Hombre de Lata” del Mago de Oz, que es sede del programa de Oprah Winfrey y cuartel general de McDonald’s. En el Borders de North State Street presenté mi libro ¡un lunes a las 12,30 de la mañana! ¡Y había gente esperando!
América era sorprendente.

Pero hoy, día 4, toca Minneapolis. Es la librería de la Universidad de Minnesota la que acoge la presentación pública de The Secret Supper aquí. A la entrada, varios muchachos reparten hojas volanderas contra El Código da Vinci. Me temo lo peor. Pero no. Esa ciudad guardaba para mí un regalo que no olvidaré. La librera me había reservado un ejemplar del suplemento Book Review que The New York Times distribuiría el domingo siguiente con el periódico. Contenía no sólo “mi número ocho”, sino también el primer comentario del libro impreso en sus páginas: “Mejor escrito que el de Dan Brown”. ¿Cómo olvidar algo así?

Mientras lo celebro con Eva en The News Room, un coqueto restaurante del centro decorado con grandes portadas dedicadas a la captura de Al Capone o de Charles Manson, recibo otra llamada de Johanna Castillo. “Dime, querido: ¿qué libro tuyo crees que debería publicarse a continuación en Estados Unidos?”. No reacciono. “¿Sabes? Debes pensar ya en futuro, Javier”.

 

¿Cómo he llegado aquí?

Javier Sierra en SeatleAhora Seattle. Ubicada en la costa oeste, junto a Canadá, toda la ciudad descansa a la sombra del Monte Rainier. Hasta las placas de matrícula de los coches tienen el perfil del coloso. Tracey Conway, mi guía en la ciudad, me explica que en los días de nubes los ciudadanos creen que “la montaña se ha ido”. Es, no hay duda, un lugar mágico. También para mí. No en vano, junto a sus faldas se vieron los primeros “platillos volantes” allá por junio de 1947. De hecho, fue la prensa de esta ciudad la encargada de bautizar así a uno de mis enigmas favoritos.

Pero mi agenda iba a dejarme poco respiro para pensar en “platillos”. Tracey me lleva directamente a una nave industrial en la que un veterano librero de Oregón ha pedido reunirse conmigo. No es un encuentro más. Sobre una enorme mesa, ha dispuesto quinientos ejemplares de The Secret Supper para que los firme. ¡Quinientos! Es el dueño de VJ Books (VJ, de Virginia y John), una empresa de internet que sólo vende primeras ediciones firmadas por el autor. Cuando termino –en una hora y quince minutos-, John estrecha mi mano con una gran sonrisa en los labios y murmura: “Enhorabuena. Has batido el record de Steve Berry”. Le devuelvo una mueca exhausta, y me pongo en manos de Tracey. Me gustaría dejar las maletas en algún lugar antes de seguir con la agenda.

Al llegar al hotel, escasos de sueño, Eva y yo nos sobrecogemos. El Sorrento es un recoleto edificio de ladrillo ubicado en la colina del capitolio de Seattle. La llaman la Pill Hill (Colina Pastilla) por la gran cantidad de hospitales que nos rodean. Pero eso no nos importa. Ese hotel es el lugar en el que nos hubiera gustado descansar de tanto viaje. Imposible. Queda mucho por hacer. Y, además, Judith Curr ha decidido cruzarse el país de costa a costa para discutir el lanzamiento de mi siguiente novela.

Javier Sierra en Komo TVAntes de mi encuentro con Judith, atendí una de las entrevistas más esperadas de toda la gira. Tuvo lugar en el plató de Komo TV, en el marco de un magazine de tarde llamado “Northwest Afternoon”. Lo que hacía especial, y mucho, aquella cita eran el resto de invitados al programa. Por un lado, Margaret Starbird, una de las mayores expertas mundiales en María Magdalena y autora de varios libros que sirvieron de inspiración a Dan Brown y a mí. Llevábamos meses escribiéndonos. Sobre todo desde que escribiera la frase promocional que adornaba la contraportada de mi libro: “Javier Sierra nos brinda una historia plausible e intrigante, bien condimentada con una investigación rica en el folklore de los cátaros, cuya fe incluyó las enseñanzas secretas relativas a los mejores compañeros de Jesús: María Magdalena y el evangelista Juan”. Y por otro, Michael Baigent, autor de El enigma sagrado, que semanas atrás había llevado al autor del Código da Vinci a los tribunales, acusándolo de plagio.

¿Cómo he llegado aquí, a compartir mesa con esos dos “gigantes” de la investigación histórica?, me pregunto. El gusanillo que recorre mi estómago es aún mayor que el día de Good Morning America. ¿Cómo es posible?

Cuando el regidor da la señal de que estamos en directo, los nervios desaparecen. Cuento por enésima vez mis hallazgos al frente de La Última Cena. “Sí, sí. El segundo discípulo por la derecha tiene el rostro de Leonardo”.

 

Librerías llenas de misterio

Javier SierraLas algo más de dos horas de vuelo que separan Seattle de San Francisco las empleé en leer la prensa. En qué hora. Todos los periódicos hablaban del terremoto que hacía justo cien años destruyó la ciudad. Ocurrió un 16 de abril de 1906, y las fotos de entonces aún sobrecogían por su crudeza. “Sabemos que llegará el Big One –así llaman al gran terremoto que los expertos esperan de un año a otro-. La pregunta es, ¿cuándo se producirá?”.

La ciudad vive ajena a ese miedo. Se han acostumbrado. Prefieren acudir a presentaciones de libros, a librerías independientes como A Clean Well Lighted Place for Books, en la Avenida Van Ness. Allí me regalan mi primer ejemplar del “Evangelio de Judas” –National Geographic se ha dado prisa-, y allí mismo encaro el coloquio más inteligente de cuantos tengo programados en mi ruta. Hablar, a más de 10,000 kilómetros de Italia, de los Sforza, del monje hereje Girolamo Savonarola o de los “secretos egipcios” del papa Alejandro VI me deja una profunda impresión. La mayoría del público llega a la sala con el libro leído… y subrayado.

Días atrás, David Lazarus, uno de los críticos más reconocidos del San Francisco Chronicle y experto en novelas de misterio, publicó una magnífica reseña de mi obra. En ella dijo que mi libro tenía ecos de El nombre de la rosa, que era mejor novela que cualquiera de las secuelas de El Código da Vinci, y que estaba muy bien narrada. ¿Qué más se podía pedir? Gracias a Lazarus, el libro se había ganado el respeto de los lectores californianos.

Y hablando de novelas de misterio: en San Francisco descubro lo implantadas que están las librerías especializadas en esta clase de literatura. Son auténticos búnkeres del misterio, que recogen tanto novela como ensayo y gozan de un público fiel hasta la muerte. En una de ellas me invitaron a firmar en un libro de registros de Alcatraz que hace las veces de “cuaderno de honor” del establecimiento. Y en San Mateo, en M is for Mystery, Ed Kaufman, su propietario, tenía preparados trescientos ejemplares para que se los firmase. “Están todos vendidos”, me dijo con una sonrisa en los labios. “Lo malo es que recibiré más pedidos y usted ya no estará aquí para rubricarlos”.

 

Lost in Los Ángeles

Javier Sierra en Los ÁngelesSegún la información que recibo de mis editores, la costa oeste es la zona de los Estados Unidos donde más tarde ha despertado la Secretsuppermanía. El domingo pasado, de Ramos por más señas, la obra aparecía por primera vez el número 8 (¡de nuevo!) en la lista del San Francisco Chronicle. Y el número 14 en Los Angeles Times. Esa tendencia iba a mejorarse en las siguientes semanas. Pero entonces, yo no lo sabía.

Eva y yo teníamos grandes expectativas con el Beverly Hilton, el hotel de los grandes eventos de la tele y el cine de Los Ángeles. Íbamos a alojarnos allí, sin saber lo lejos –en realidad, todo lo está- que se encontraba del centro… Si es que hay un centro en L.A.

A esas alturas, la gira estaba ya encarándose hacia su recta final, y la densidad de actividades de los días anteriores estaba dando paso a un ritmo más relajado. ¡Incluso podríamos pasear por Hollywood Boulevard con calma!

Y lo hicimos. Me pareció increíble que la Iglesia de la Cienciología hubiera comprado tantos locales en la zona. La última vez que visité el lugar, en 1991, su presencia no era tan importante. Algo extraño –spooky, dirían allí- transmitía esa omnipresencia de la religión de L. Ron Hubbard en la ciudad de las estrellas. Por cierto, que Hubbard también fue un escritor de ciencia-ficción y misterio.

¿Creará Dan Brown su propia iglesia?
La verdad: no lo creo. Brown me parece un tipo sensato. Lo vi en Londres justo antes de iniciarse esta gira, y no parecía preocupado ni ansioso por aprovecharse aún más su éxito. Un dato de USA Today de esta mañana disipaba cualquier duda que pudiera tener Brown: por cada diez ejemplares de El código Da Vinci que se venden en EE.UU., se reparten 2,5 del segundo libro de la lista, el nuevo de Mary Higgings Clark. The Secret Supper no está incluido. Pero habría que contabilizarlo por páginas y no por libros enteros. Y eso que es un bestseller.

 

La mejor conferencia

Javier Sierra en AtlantaPróxima parada, breve: Atlanta. La ciudad de la CNN y la Coca-Cola. Es curioso cómo en Estados Unidos identifican sus ciudades con las empresas que nacieron en ellas, y no con sus monumentos o parques naturales. Pero en el caso de Atlanta hay algo más. Es la única ciudad que visito que se emparenta con un libro. Fue aquí, en 1936, donde Margaret Mitchell escribió su célebre novela Lo que el viento se llevó. “Aquí nació el genuino bestseller americano”, me dicen nada más aterrizar.

Por desgracia, no dispongo de mucho tiempo en Atlanta. La habitación de la planta 20 que nos dan en el Carlton-Ritz tiene unas magníficas vistas a un bosque. Una torre masónica, idéntica a la que visité en Washington, despunta en medio de la foresta. Debería quedarme aquí, pienso. Pero otra vez, la agenda manda.

Esa impresión se reforzaría unas horas después, en el Georgia Center for the Book. Allí, en un anfiteatro lleno de curiosos y lectores, se me presenta como uno de los pocos autores del New York Times Bestseller List que han tenido el honor de recibir. Espero estar a la altura, barrunto. Por suerte, aquí el PowerPoint funciona impecable, y la audiencia contempla atónita el proceso de “lectura” de una obra como La Última Cena. Mi explicación sobre el “Arte de la Memoria”, una disciplina nacida en la Grecia clásica que permite asociar información precisa a gestos en retratos o pliegues en estatuas, da paso a un coloquio intenso. Quieren saber si ese “Arte” olvidado ha sido aplicado por artistas después de la época de Leonardo. Después entiendo por qué: Atlanta alberga algunas de las más importantes colecciones de pintura de toda la nación, y mi audiencia quería saber si “sus” cuadros también fueron “escritos” en lugar de sólo “pintados”.

 

Semana Santa al sol

Javier Sierra en MiamiMiami es mi destino final. La última ciudad de los Estados Unidos en la que hablaré de La cena secreta en sta gira. Y llego a ella justo un viernes santo. Aunque agotado, no puedo dejar de ver en ello otra curiosa sincronicidad. ¿Celebrarán la Semana Santa con este calor tropical?

Hoy The Wall Street Journal sitúa a mi libro en el sexto lugar de su tabla, mientras que USA Today lleva a su portada el interés de Hollywood por argumentos y libros que hablan de historias religiosas. El artículo, qué duda cabe, me afecta. Tom Colchie lleva algunas semanas negociando los derechos cinematográficos de mi novela, y las expectativas son magníficas. Su única preocupación –que es la mía- es que la producción esté a la altura de una obra ambientada en el siglo XV, en Milán. No estamos hablando de una película ambientada en las playas de Miami, sino de algo mucho más complejo… y caro.

Durante unos días, el hotel Four Seasons se convierte en nuestro paraíso particular. Las entrevistas languidecen a causa de la Semana Santa, y el clima es lo bastante bueno como para relajarse al sol y “pensar en futuro”, como me dijo Johanna. Mi presentación en Books & Books, en Coral Gables, me descubre una de las librerías más fascinantes que he visto jamás. Expandida alrededor de un patio de aspecto andaluz, B&B es el lugar perfecto para documentarse sobre cualquier cosa. Es la primera vez en toda la gira que tengo tiempo para disfrutar de una librería y adquirir algún título. Mi intervención, horas antes, en el show de la NBC Today in South Florida llena la sala. Doy mi charla lo mejor que sé, en inglés, y al final descubro con estupor que el 95% de la audiencia… ¡habla español!
Paradojas.



Epílogo

Javier Sierra en TorontoUn Boeing 737 de American Airlines nos deposita suavemente en el aeropuerto internacional de Toronto. Todavía nos quedan por delante unos días intensos: cena con el cónsul de España en la ciudad, recepciones oficiales, conferencia en el Harbourfront Center, entrevistas… Pero tanto Eva como yo sabemos que lo más impresionante ha pasado ya. Mientras, en España, un diario nacional publica hoy que los autores más implantados en Estados Unidos son Muñoz Molina y Pérez Reverte. Qué más da. Los hechos son que La cena secreta sigue abriéndose paso implacable en norteamérica.

Además, como dice mi querida Johanna, sólo debe preocuparme “pensar en futuro”. Y mi futuro, por encargo de Judith Curr, es ahora la revisión de La dama azul, mi primera novela. Una obra en la que una de sus tramas está profundamente enraizada con los Estados Unidos, y otra con la certeza absoluta de que nada, absolutamente nada de lo que ocurre a nuestro alrededor, es azar. Esa será mi próxima aventura americana. La que pactamos en Seattle.
Dulcey Antonucci, la cariñosa responsable de mi editorial en Canadá, nos recibe finalmente en el aeropuerto con una pequeña colección de recortes y listas de bestsellers. “Debes estar en las nubes”, dice nada más estrechar mi mano. “Literalmente vengo de ellas”, asiento. El Toronto Star ha situado The Secret Supper en el número 3. Entonces no sabía que en dos semanas encumbraría esa lista. Era, de nuevo, la primera ocasión en la que un autor español lograba ese honor. Pero no me engaño: el mérito no es mío, sino de la hipnótica fascinación que ejerce Leonardo da Vinci en el inconsciente colectivo de todo el planeta.

Y desentrañar ese misterio es una empresa a la que todavía hoy no me atrevo a enfrentarme.